martes, 14 de septiembre de 2010

MEMORIAS DEL EMIGRANTE

La Volteada


¡Llegar muy alto! Es el sueño de cada universitario que con ahínco, lucha día a día con las vicisitudes de la vida, para poder asegurarse una mejor calidad de vida en un futuro cercano.
Llegar muy alto. Eso fue lo que logramos una noche un grupo de estudiantes de Haina.

Esa noche estaba fresca, pero muy pesada, en cuanto a conseguir “bolas” (transporte gratis), que nos llevara a Haina o a Piedra Blanca de Haina.
Llevábamos dos largas horas de espera esa noche, un nutrido grupo de estudiantes haineros de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), que como todas las noches nos dábamos cita en el Malecón esquina Alma Mater.
Eran tiempos muy difíciles aquellos, por allá por el año 1985. Las guaguas de Haina solo trabajaban hasta las ocho y media o nueve de la noche, y la Asociación de Estudiantes Universitarios de Haina, no había conseguido la guagua grande amarilla del Ingenio, que tiempo después nos transportaba a eso de las diez y treinta de la noche.
No había más alternativa que las bolas en el Malecón. Eso sí los futuros profesionales del país, gozábamos un mundo mientras esperábamos a un generoso que se condoliera de nosotros.
Había una regla no escrita “las muchachas primeros”, aunque siempre existían dos o tres que no respetaban este precepto. Pero esa noche estaba pesada de verdad. Hasta que a las once de la noche se apareció un buen samaritano en un camión volteo.
El bondadoso hombre nos puso una sola condición: que se montaran solamente unos diez estudiantes. Imagínese usted, un camión volteo a esa hora que las tripas ya nos hacían huelgas.
Cuando el camión arrancó, en vez de diez éramos unos cincuenta estudiantes. Y unos kilómetros antes de llegar al Kilómetro Doce de Haina, el chofer se enojó y para que nos desmontáramos, elevó por todo lo alto la cama del camión como si fuera a vaciar arena.
Y entre gritos de las mujeres y los improperios de los varones, se desarrolló aquella bochornosa escena. No me lo van a creer... nadie cayó al suelo, pese al susto y a los hamaquiones al granel.
Eso sí, yo vi la calle chiquitica desde allá arriba, pero no cedí. Nos dejaron en Piedra Blanca a todos porque el señor iba para San Cristóbal y de ahí a pies para Haina. Puedo asegurar que ese chofer jamás se volvió a parar en el semáforo de las esquinas formadas por las Avenidas Alma Máster y George Washington. Feliciano Liranzo (haina17@yahoo.com)

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