Por Feliciano Liranzo
Cuando era niño, en los primeros años de mi vida- yo diría entre los cinco y once años de edad- mucha gente entendía que mi nombre era demasiado largo para un niño tan flaco. Muchos pensarían que necesitaba un nombre corto o un nombre que fuera acorde con mi frágil figura física.
Cuando era niño, en los primeros años de mi vida- yo diría entre los cinco y once años de edad- mucha gente entendía que mi nombre era demasiado largo para un niño tan flaco. Muchos pensarían que necesitaba un nombre corto o un nombre que fuera acorde con mi frágil figura física.
¿Sería verdad que FELICIANO no era un nombre apropiado para mí? Las personas a mi alrededor así pensaban.
Claro está, ya me estaba creyendo aquella absurda idea y vagamente pensaba que era cierto. Habían creado en mí un complejo con el nombre que encontraban largo, pesado y feo.
Hubo un señor en Hondo Valle, de nombre Antero que vivía frente a mi casa, precisamente en la Maternidad local, que servía como centro regional para que las parturientas trajeran al mundo a sus hijos, a falta de un hospital, el cual estaba lejos su edificación para ese entonces.
El señor Antero, era hijo de Doña Valdez, la directora de la Maternidad de Hondo Valle, llamada por todo el pueblo como la Comadrona, porque todos los niños que nacían para esa época pasaban por sus cuidados amorosos. Ellos eran oriundos de La Vega, y como todo visitante a nuestro pueblo, ya eran parte de nosotros.
Doña Valdez, por su parte era una dama muy respetada y querida hasta en otras localidades pertenecientes a Hondo Valle como Juan Santiago, Rancho de La Guardia, Los Guineos y la Fuente, entre otras, porque de todos lados venían a solicitar sus servicios de parto.
Su hijo, Antero, era también muy buena gente y al parecer, era uno de los que creía que mi nombre no encajaba con mi personalidad. Tanto así que no me llamó nunca Félix, apodo que me asignaron mis familiares cercanos, para cortar un poco el nombre ‘Feliciano’.
El señor Antero entendió que mi nombre debía ser ‘Liquiria’, y desde entonces pasó a ser mi tercer nombre, o no se sabe si primero, porque muchos me llamaban así... y todavía hoy en día.
EN OTRAS LATITUDES
Al empezar a estudiar en Haina, el pueblo al que nos habíamos mudados, el asunto del nombre fue cambiando, porque en el liceo donde estudié el bachillerato, nos llamaban Liranzo a todos los de mi casa.
Por un buen tiempo el apellido Liranzo predominó, tanto en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde realicé mis estudios superiores, como en los centros de trabajo donde laboré. Cuando empecé a trabajar en el periódico Listín Diario, en el año 1992, el nombre predominante fue ‘Feliciano’, mi verdadero nombre. Así me llamaban en el Departamento asignado y todo el diario. Empecé a familiarizarme con él y a aceptar el sonido de ese nombre, hasta el punto que de todos los nombres del mundo es el que más me gusta... y claro hay otra razón muy poderosa, pues es el nombre de mi padre.
Como fui el primer varón del matrimonio, mi padre encontró lógico que llevara su mismo nombre. Así que él llamándose ‘Feliciano Liranzo’, me registró en la Oficialía del Estado Civil como ‘Feliciano Liranzo –hijo’. Y créanme que es un honor llevar el nombre de mi progenitor, un hombre que fue amoroso y lo daba todo por su familia.
Se agrega ‘hijo’ o ‘junior, para diferenciar el nombre del padre con el del hijo. Otra manera es llevar también el apellido materno, en mi caso ‘Feliciano Liranzo Montero’, que es mi nombre completo.
Pero, al correr el tiempo, mis jefes editores del periódico acortan mi nombre por razones de espacio y para hacerlo más sonoro periodísticamente hablando, a solamente ‘Feliciano Liranzo’, exactamente el mismo nombre de mi tutor.
Y es así como logré encariñarme con el nombre de mi papá querido, fallecido en 1984. Y es así como a través de mí, él sigue vivo. Me toca entonces, seguir llevándolo con orgullo y tratar de actuar lo más correctamente posible, para no manchar el nombre que un día le robé a mi padre.
Comentario: hondovallesur@hotmail.com