martes, 5 de mayo de 2009

RETROSEPCTIVA: UNA VISITA AL PASADO

Con el pie derecho


POR: FELICIANO LIRANZO
Una mañana de un sábado cualquiera… por allá por los tempranos setentas, un grupo de mozalbetes, jugábamos volibol plácidamente en la canchita de Alix, el hijo del Teniente Pereyra. Entre otros, recuerdo a Ramoncito Núñez, Nildo César de los santos, Moreno Florinda, Pipe y creo que Federiquito Díaz (Pringo)… entre otros que se me escapan de la memoria.



De repente una fuerte lluvia interrumpió aquel inolvidable juego de volibol, y entonces todos corrimos para guarecernos, sobretodo porque sabíamos que el aguacero no iba a pasar tan rápidamente.
Unos se metieron en la casa de Alix, otros corrieron hacia el parque camino a sus casas. Otros tres decidimos levantar dos cuerdas de la alambrada de púas que dividía la casa del Teniente Pereyra, el papá de Alix, con el Dispensario Médico.
Todos cruzaron… pero al hacerlo yo pisé una botella rota de aquellas que cuando se rompen algún genio las ponen en las empalizadas con fines no especificados… me doblé de dolor seguido por un grito de desesperación que llamó la atención de los que corrían delante de mí. Ramoncito se paró a ver qué pasaba, y procedió entre él y Moreno a llevarme ahí mismo al Dispensario Médico.
Allí me limpiaron la herida, me cocieron la herida en la parte de abajo del pie derecho, cerca de los dedos. Y luego de la cura, Ramoncito procedió a llevarme montado en su espalda como un caballito a mi casa, donde entonces le informaron a mi mamá lo que había pasado.
Esa noche no dormí del dolor inexplicable del pie herido. Inexplicable porque cómo se entiende que si me dieron asistencia médica me dolía tanto. Ya para el segundo día me dolía menos, pero aun así no podía caminar y tuve que dejar de jugar volibol por unos seis meses.
Cojeaba constantemente de ese pie y me molestaban los zapatos, no podía brincar aunque ya hacía mucho que la herida había cicatrizado….
Parecía que tenía que resignarme a vivir con mi hoyito en la planta de mi pie derecho, sin poder practicar los deportes favoritos de los niños y jóvenes, más los juegos de grupos de aquel tiempo que requerían correr.
Muchas veces, cuando estaba más emocionado jugando con los amigos en el parque o en el recreo de la escuela, sentía puyones en el pie, lo que era algo horrible para mí. Me sentía impotente y a veces hasta se desesperaba uno por no poder hacer deportes.
Unos dos o tres días después de que el rio de Hondo Valle había crecido, solíamos ir a chapalear agua en la todavía mucha corriente del rio, pero ya limpio de la crecida. Ese día duré tanto en el agua que esta vez pude ver lo que tanto me molestaba. Algo de color marrón quería salir de mi pie accidentado.
De inmediato fui a la casa sin decir nada todavía a los mayores e intenté con una aguja de cocer sacarme lo que parecía una espina. Pero no pude….era algo más grande que una espina. Era un pedazo considerado de vidrio de botella que había sido dejado allí y que nunca me sacaron en el dispensario médico.
Entonces un poco enojada mi mamá doña Elena me llevó de vuelta al dispensario que era una casita de madera situada frente al parque donde hoy están los apartamentos. Esa casa pertenecía a don Félix, si mal no recuerdo.
El hecho es que sí hubo negligencia médica. Fue increíble que me “limpiara una herida de vidrio de botella sin percatarse de que allí habían parte enterrada de una botella rota. Más increíble fue todo lo que pasé en esos dos años que duré con algo extraño y molestoso en mi pie. Tan extraño que el glorioso rio caña se encargó de ponerlo de manifiesto.

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