Aventuras detrás de las cañas
¿Qué joven hainero no se hizo experto subiendo vagones o camiones repletos de cañas, de los tantos que llegaban al Central Azucarero Río Haina?
Y sobre todo, la muchachada que vivía en el 17, donde había una ruta fija para los camiones atestados de cañas de todos los sabores y todos los tamaños.
Era peligrosamente divertido subirse a los trenes en marcha lenta, cuando llegaban a la línea ferroviaria, frente a la “Escuelita de Juana”. Aquí los trenes tenían poca velocidad porque cambiaban de vía para poder entrar a la inmensa instalación del Ingenio Río Haina.
Uno se encaramaba a la velocidad de un gato cuando caza un ratón, mientras los compañeros o compañeras, (porque también habían muchachas expertas en estas conquistas), recogían las cañas, para luego juntarlas y disfrutar de la sabrosura del guarapo.
A veces habían muchos inconvenientes, como por ejemplo, que hubiera un guardia de seguridad o sereno, que paradójicamente eran escasos por esos lados entre los sectores de Vietnam y El 17.
También se corría el riesgo de caerse y romperse un brazo o una pierna, o de que un camión te pisara un pie. Pero, esos casos sucedían rara vez, parece que todos éramos profesionales en el ramo.
Los muchachos que lo querían tomar más suave, sin embargo, iban allá mismo al ingenio, donde los camiones y vagones de trenes ya estaban estacionados. Allí el peligro eran los vigilantes y algunos se exponían a que le dieran una carrera o en el peor de los casos un perdigonazo. ¿Perdigonazo? Sí, porque algunos vigilantes trasnochados, se irritaban fácilmente por la falta de sueño o porque pasaron toda la noche trabajando en sus puestos de seguridad, y todavía no lo habían relevado.
Entonces al darle 'una carrera' a un muchacho de estos que corrían como gacelas, le pegaban un tiro de perdigones en un pie. A veces sucedía porque había jóvenes que no tenían miedo y se enfrentaban con estos vigilantes a los dimes y diretes.
Miles de historias se tejieron en torno al Central Río Haina. Historias perfectas para momentos difíciles por no decir dificilísimos.
¡Ah! que maravillosas eran esas aventuras peligorsamente dulces... aquellas aventuras de ayer que disfrutamos en busca de la caña para masticarla plácidamente, en busca del guarapo para refrescarnos la garganta, y en busca del sabroso melao para endulzarnos la vida.
Feliciano Liranzo (hondovallesur@hotmail.com)