LOS CIEMPIÉS...
no se matan con machetes
Cuando nos mudamos forzosamente del 'barrio 17' a Villa Piedra, en Haina, exactamente en el año de 1984, encontramos varias cosas en común, incluyendo la misma Carretera Sánchez, la misma vegetación y por qué no decirlo, el mismo cielo.
Pero, tuvimos que enfrentarnos a diferentes situaciones inesperadas, que iban más allá que el proceso de adaptación al que se enfrentan las personas que emigran de un lugar a otro.
Y una de esas situaciones era la concerniente a los Ciempiés, unos animalitos que parecen familia de los alacranes y que como su nombre lo indica, tienen una ‘caterva’ de piececitos. Yo los definía como repugnantes, cuyas presencias daban ganas de vomitar y que los quisiera ver a mil kilómetros lejos de mí. En Villa Piedra eso era imposible, ya que los Ciempiés estaban por todas partes, debido al terreno pedregoso del lugar que es su hábitat predilecto.
¿Dije repugnantes? Sí. Y creo que esa palabra le quedaba chiquita a esos pichones de alacranes. ¿O tal vez era el miedo a estos piezudos? Ya lo creo que sí, pues eran seres vivos desconocidos para nosotros.
ENTRE LAS COSAS que hacían estos animalitos, está este episodio que te lo puedes imaginar: tú estás durmiendo plácidamente, y de repente aparecen ellos hasta por encima de los mosquiteros y te recortan los cabellos… ¿Tendrán complejo de los ‘pejes’, la famosa barbería de Haina?
Al parecer los Ciempiés usan los cabellos para arreglar los nidos donde van a traer más ciempiecitos al mundo. Claro está, para seguir reproduciéndose y garantizar su permanencia en los sustos a las personas.
Pobrecitos, son muy amenazados, porque si no lo matan las personas más por miedo que por otra cosa, se lo comen las gallinas tan pronto los ven. Pero no se crean que son fáciles de matar, ya que son muy huidizos los ‘malvados’.
Imagínate ahora este cuadro. Estamos en la sala de la casa, viendo televisión, conversando o leyendo el periódico. De repente, alguien da la voz de alarma…”¡Un ciempiés!”… y a correr se ha dicho… todo el mundo se ‘desparpaja’ porque debajo de los muebles pasó un Ciempiés.
Algún valiente comienza la persecución del animalito y comienza el huidero. Unos se suben en la mesa, otros en una silla. Y no hay quien huya a mil del lugar, porque detestan la presencia del 'mucho pies'.
A pesar de la proliferación de estos amarillentos patudos, nadie fue picado por uno en Villa Piedra. El miedo a ellos hacía que uno se cuidara, tanto que algún visitante en la Villa, dijo un día que al que lo picaba un ciempiés tenía que comer M.... ¡Guácala!
UNA VEZ NOS VISITABA ROBERTICO, el hijo de Luís Lajara, desde los Estado Unidos, y de inmediato le llamó la atención de un Ciempiés. Parece que nunca había visto uno, a juzgar por la forma en que reaccionó este muchacho. Sentía pánico. Y peor aún ya sabía que estos no estaban de visitas sino que la casa era su morada.
La segunda noche de su estadía en Villa Piedra, escuchamos su oración en voz alta a Dios, a la hora de dormir:“Dios Padruno: Ayúdame a pasar esta noche bien con estos animalitos. Ayúdame para que no me pique alguno de esos horribles ciempiés. Amén”.
COMO YA YO SABÍA DE LA EXISTENCIA de los Ciempiés en Villa Piedra, a los pocos días de la mudanza, me armé de un machetico especial para ellos. Lo amolé y lo coloqué debajo de la cama para triturar cualquier animalito repugnante que tratara de dañar mi noche, como ya había sucedido.
Algunas noches calurosas, ellos salían inesperadamente, pero ya mis hermanos Julio y Moreno eran expertos en agarrarlos. Una vez cazaron uno que tenía como 'milpiés', por su grandeza y fue exhibido en el patio al otro día.
Precisamente, una noche mientras dormía, me desperté porque sentí que alguien o algo me halaba los cabellos. ¡Y miren! Sí, era un Ciempiés, que enredado en el mosquitero se encargó de hacerme la noche difícil.
Intenté machacarlo, pero al prender la luz se me escapó. Estaba decido a estrenar el machete esa noche, y entonces agarré valor y lo pude sacar de debajo de la cama, entonces ¡Fuán! Dos machetazos y el malcriado se dividió en dos y se fueron los dos pedazos. Me quedé pasmado por la impotencia y por la sensación de fracaso.
Es que con estos ciempiés no hay quien pueda. En las siguientes ocasiones, en vez de un machete usé una tabla o un palo y dieron mejores resultados.Y ahora que leí de ellos, antes de escribir esta historia, cambié la impresión y mi manera hostil de tratar a los ciempiés. Pues leí que ellos son inofensivos, no muerden a las personas a menos que se sientan acorralados.
En mi reciente estadía en Villa Piedra, busqué afanosamente un Ciempiés para hacerle una foto e ilustrar esta historia, pero todo fue en vano. Me dijeron allá que ya no son tan frecuentes como antes. Parecen que están en peligro de extinción.
Eso sí, ya estoy preparado mentalmente para cuando vea el próximo. Quizás no lo voy a acariciar, pero tampoco le haré daño ya que ellos se alimentan de cucarachas, moscas, mosquitos y otros insectos que sí son peligrosos para la salud.