Por Feliciano Liranzo
Nadie sabe lo que tiene hasta que no lo pierde, dice un refrán muy popular y muy cierto. Y este lo aplico perfectamente, para describir una joya preciosa que tuve en mis manos y la cual no supe aprovechar y la dejé perder.
Nadie sabe lo que tiene hasta que no lo pierde, dice un refrán muy popular y muy cierto. Y este lo aplico perfectamente, para describir una joya preciosa que tuve en mis manos y la cual no supe aprovechar y la dejé perder.
Se trata de la Academia de Música de Hondo Valle, una verdadera escuela del arte musical que en mis tiempos era sólida y regia.
La presión de grupo por un lado, y por el otro la falta de incentivos, ayudaron a que dejara perder la valiosa joya de aquella institución que llegó a formar buenos profesionales de la música, como es el caso, por ejemplo de la familia Reynoso Jiménez, donde casi todos aprendieron a tocar un instrumento. Y ahí podemos citar a Charles, Ramón Emilio (Milo), Andrés y Eduardo. Es un excelente ejemplo.
Así como ellos, todos tuvimos la oportunidad. La diferencia está en el interés que cada uno pone a las cosas. Si no le das valor a una joya preciosa, es como si no te importara perderla. Y es verdad que no todos podemos tener la habilidad para tocar un instrumento, pero cómo sabemos esto si no nos animaban a ser parte de la Academia. O nos animaban muy poco.
Y ahí tienen los padres una cuota de culpa, porque no recuerdo si ellos me preguntaron algún día si quería aprender a tocar el piano, o la trompeta, o el saxofón o la tambora. A mis hermanos tampoco le preguntaron, si le gustaría ser parte de esa prestigiosa institución de hace un tiempo. Y qué hermoso hubiera sido haber formado una orquesta de hermanos, o solo haber tenido muchos músicos en la familia.
Las habilidades se descubren desde que uno es infante. Es decir, que no había que esperar a que uno aprendiera a leer, para ir inculcándole a uno cierto interés por un oficio adicional como es la música.
La música es un recurso de mucha importancia en la vida humana. Es una terapia al alma. Da vida al espíritu decaído, es decir al desánimo a la depresión. Por lo tanto, hay que ponerla en su justo lugar.
La presión de grupo por un lado, y por el otro la falta de incentivos, ayudaron a que dejara perder la valiosa joya de aquella institución que llegó a formar buenos profesionales de la música, como es el caso, por ejemplo de la familia Reynoso Jiménez, donde casi todos aprendieron a tocar un instrumento. Y ahí podemos citar a Charles, Ramón Emilio (Milo), Andrés y Eduardo. Es un excelente ejemplo.
Así como ellos, todos tuvimos la oportunidad. La diferencia está en el interés que cada uno pone a las cosas. Si no le das valor a una joya preciosa, es como si no te importara perderla. Y es verdad que no todos podemos tener la habilidad para tocar un instrumento, pero cómo sabemos esto si no nos animaban a ser parte de la Academia. O nos animaban muy poco.
Y ahí tienen los padres una cuota de culpa, porque no recuerdo si ellos me preguntaron algún día si quería aprender a tocar el piano, o la trompeta, o el saxofón o la tambora. A mis hermanos tampoco le preguntaron, si le gustaría ser parte de esa prestigiosa institución de hace un tiempo. Y qué hermoso hubiera sido haber formado una orquesta de hermanos, o solo haber tenido muchos músicos en la familia.
Las habilidades se descubren desde que uno es infante. Es decir, que no había que esperar a que uno aprendiera a leer, para ir inculcándole a uno cierto interés por un oficio adicional como es la música.
La música es un recurso de mucha importancia en la vida humana. Es una terapia al alma. Da vida al espíritu decaído, es decir al desánimo a la depresión. Por lo tanto, hay que ponerla en su justo lugar.
Tiene la música dos vertientes importantes: puede servir como un medio de vida o simplemente como satisfacción personal, o ambas aplicaciones a la vez.
Otra piedra en el camino era que, al igual que en la escuela pública, había que tener cierta edad para comenzar a impartir educación pública a los niños. En los tiempos modernos, se aprovecha la inclinación por un oficio de los niños en sus primeros años de vida. Aquellos fueron tiempos perdidos.
Tiempos perdidos, porque quizás o sin quizás, tuvimos el recurso humano, la habilidad y los medios para estudiar música. Pero, desaprovechamos, por ejemplo, la enorme voluntad y experiencia de un gran maestro de música, como lo fue el director de la Academia en mis tiempos de niñez, el señor Antonio María Gómez. Y aprovecho aquí para sugerir que la Academia lleve su nombre, en vez de Alfredo Sader o Soler, de quien pocos o nadie conocen.
He querido hacer este pequeño recuento para tratar de expresarle a las autoridades de hoy, el valor inconmensurable de una Academia de Música. Si hoy no está funcionando, es el momento de reabrirla. Si está funcionando a medias, o con dificultad, tiene el Ayuntamiento local el deber inexcusable de darle todo el apoyo necesario.
Si está operando normalmente la Academia, entonces felicidades y apreciamos la voluntad de servir a los demás. Faltaría entonces, añadir un programa de incentivos para que la mayor cantidad de niños y niñas posibles, puedan formar parte de esta importante escuela de música. Una joya que no quisiera que ellos perdieran, como me pasó a mí... y a otros tantos.
(Su comentario a hondovallesur@hotmail.com)
Otra piedra en el camino era que, al igual que en la escuela pública, había que tener cierta edad para comenzar a impartir educación pública a los niños. En los tiempos modernos, se aprovecha la inclinación por un oficio de los niños en sus primeros años de vida. Aquellos fueron tiempos perdidos.
Tiempos perdidos, porque quizás o sin quizás, tuvimos el recurso humano, la habilidad y los medios para estudiar música. Pero, desaprovechamos, por ejemplo, la enorme voluntad y experiencia de un gran maestro de música, como lo fue el director de la Academia en mis tiempos de niñez, el señor Antonio María Gómez. Y aprovecho aquí para sugerir que la Academia lleve su nombre, en vez de Alfredo Sader o Soler, de quien pocos o nadie conocen.
He querido hacer este pequeño recuento para tratar de expresarle a las autoridades de hoy, el valor inconmensurable de una Academia de Música. Si hoy no está funcionando, es el momento de reabrirla. Si está funcionando a medias, o con dificultad, tiene el Ayuntamiento local el deber inexcusable de darle todo el apoyo necesario.
Si está operando normalmente la Academia, entonces felicidades y apreciamos la voluntad de servir a los demás. Faltaría entonces, añadir un programa de incentivos para que la mayor cantidad de niños y niñas posibles, puedan formar parte de esta importante escuela de música. Una joya que no quisiera que ellos perdieran, como me pasó a mí... y a otros tantos.
(Su comentario a hondovallesur@hotmail.com)