POR CARLOS M. LIRANZO
En los años 90’s, un joven que vivía con su madre, se enamoró de una mujer del mismo pueblo, y como dicen por ahí: “No hay yerna suficiente para la suegra”.
Las razones por la cual esta madre se oponía a aquel idilio eran válidas, pues la ‘mala reputación’ que se había labrado aquella mujer era bien conocida en el lugar, como también lo era el largo ‘historial amoroso’ que ella tenía. Más los métodos usados fueron totalmente ineficaces, y su insistencia, llevó a este ‘loco enamorado’ a la más funesta decisión.
Una tarde del frío mes de febrero, subió a una montaña alta llamada “Cerro Grande”, lo que sería su último viaje, no hubo despedida, ni hubo nada inusual, pues los lugareños acostumbran a subir este cerro como forma de esparcimiento, como una forma de relajarse, pero aquel día, quedaría plasmado en la mente de todos los familiares, amigos y conocidos del pueblo.
Cuenta un testigo ocular, que aquel frío domingo de verano, vieron algo espantoso, aquel joven, que tenía todo planeado, dio su ‘último grito de amor’ en aquella paradisíaca montaña. Escaló el largo camino hacia la muerte y ya en el tope de aquel cerro, se abrazó a ‘una piedra gigante’, y en un esfuerzo final, hizo rodar la piedra cuesta abajo, llevándose con él hasta la falda de la montaña, su cuerpo, su vida y su amor.
En honor a aquel amor, hicimos paso a paso la misma travesía final de aquel joven, y ya en el tope de la colina, familiares enarbolaron una ‘bandera blanca’, que hoy es testigo mudo, de un amor que pudo ser… pero que el egoísmo mató de esta forma tan trágica.
