La Serenata Adolorida
Por Feliciano Liranzo
Eran los tiempos en que Félix D’ Óleo no era tan famoso en el país, porque a nivel del Sur sí lo era y en las embajadas universitarias, donde era muy querido y solicitado. Tanto así que las asociaciones de estudiantes universitarios, lo hacían recorrer el territorio nacional con su guitarra al hombro y una sonrisa a flor de labios.
Eran aquellos tiempos de soltería prolongada, donde la juventud estaba en su máximo nivel. Por lo tanto disfrutar cantando y conversando con los amigos y unos traguitos sociales era de rigor.
Y luego en la noche a bailar se ha dicho en el bar de Niño, el bar de Chichito, o donde quiera que hubiera un tocadiscos con altoparlantes. Ah! Pero no se podían quedar las serenatas, llevadas a las casas de las muchachas para adelantar la conquista que se inició en el día. Y de eso se trata esta historia.
En ese entonces había llegado una doctora nueva al hospital de Hondo Valle, y como era joven y hermosa, le llovían los admiradores.
Y uno de ellos era un agrónomo, el cual no recuerdo su nombre, quien estaba dispuesto a “echarle los perros”, como dicen los mexicanos, lo que en buen dominicano significa “caerle atrás”, a la distinguida dama.
El joven le había pedido a Félix D’ Óleo el favor de dedicarle una serenata a la doctora en medicina.
¡Bueno! Llegó la hora indicada, dos de la madrugada, un tiempo perfecto para cantarle al amor en la serena quietud de la noche. Y allí estaba D’ Óleo con su inseparable guitarra, dispuesto como siempre, a complacer al amigo.
Y uno de ellos era un agrónomo, el cual no recuerdo su nombre, quien estaba dispuesto a “echarle los perros”, como dicen los mexicanos, lo que en buen dominicano significa “caerle atrás”, a la distinguida dama.
El joven le había pedido a Félix D’ Óleo el favor de dedicarle una serenata a la doctora en medicina.
¡Bueno! Llegó la hora indicada, dos de la madrugada, un tiempo perfecto para cantarle al amor en la serena quietud de la noche. Y allí estaba D’ Óleo con su inseparable guitarra, dispuesto como siempre, a complacer al amigo.
Y como invitados, Wilfredo Jiménez, Floirán y un servidor. Si se me quedó alguien más que me perdone.
Comienza el repertorio musical, canciones van y canciones vienen y la habitación del hospital a oscuras. Se abre tímidamente una persiana y confirmamos que, efectivamente nos estaban escuchando.
Llegó el momento de la dedicatoria por parte del agrónomo, con el marco musical de la guitarra. Y entonces continúa el concierto ya en su fase final con la canción “¿Quieres ser mi amante?” De Camilo Sesto.
Y ahora un silencio total, para poder escuchar las palabras de agradecimiento por tan hermosa serenata.
Adentro de la habitación se escuchó una voz como la de un trueno, pero era una voz de hombre, que muy pegado a la persiana, como para asegurarse de que el mensaje llegara bien claro, exclamó:
“Por favor, carajo, ¡váyanse ya! Mi mujer tiene fuertes dolores de parto y no ha podido dormir en toda la noche… y ustedes con esa ‘jodía’ bulla ahí afuera”.
Lógicamente, alguien se había equivocado de lugar, porque esa no era la habitación donde pernoctaba la doctora, quien ni se enteró de la serenata. ¡Balas perdidas!
Comienza el repertorio musical, canciones van y canciones vienen y la habitación del hospital a oscuras. Se abre tímidamente una persiana y confirmamos que, efectivamente nos estaban escuchando.
Llegó el momento de la dedicatoria por parte del agrónomo, con el marco musical de la guitarra. Y entonces continúa el concierto ya en su fase final con la canción “¿Quieres ser mi amante?” De Camilo Sesto.
Y ahora un silencio total, para poder escuchar las palabras de agradecimiento por tan hermosa serenata.
Adentro de la habitación se escuchó una voz como la de un trueno, pero era una voz de hombre, que muy pegado a la persiana, como para asegurarse de que el mensaje llegara bien claro, exclamó:
“Por favor, carajo, ¡váyanse ya! Mi mujer tiene fuertes dolores de parto y no ha podido dormir en toda la noche… y ustedes con esa ‘jodía’ bulla ahí afuera”.
Lógicamente, alguien se había equivocado de lugar, porque esa no era la habitación donde pernoctaba la doctora, quien ni se enteró de la serenata. ¡Balas perdidas!