Sobredosis de maíz
Cuando mi abuela me sugirió que buscara una cantina de maíz para sembrármela en el patio de su casa, entonces Yo comprendí que ella sabía muy bien cuánto me gustaba la leguminosa.
Claro, su fogón lo invadía de maíz para comerlo asado… y si ella planeaba cocinar majarete, chacá o chenchén, yo procuraba estar un día antes en su casa de El Cruce, donde se reunía el chorro de nietos y no nietos…
Siempre estaba el patio lleno de muchachos, por lo que la diversión para niños era garantizada.
Y después de jugar hasta más no poder, ya mi abuela tenía su disposición: aquí nadie se queda sin comer… es por eso que ella estaba siempre en la cocina, nunca la vi en otro lugar, mientras ella tenía las fuerzas.
Los primeros años del año 1970 corrían vertiginosos, tal como yo corrí a donde mi padre para que me comprara la lata de maíz seco, tal y como me había pedido la abuela materna.
Más duré en decirle que en hacerlo, por lo que en fracciones de segundos, ya las semillas están en la casa. Pronto iba a poner en práctica mis dotes de agricultor.
Aprovechando que estábamos en vacaciones escolares, al día siguiente, maíz en manos, y escoltado por mis hermanitos menores Moreno Y Carlos, arrancamos pal’ Cruce porque la abuela María del Carmen Méndez, cariñosamente doña Nenena, ya había mandado a preparar una gran porción de su extenso patio.
Dos primos mayores que nosotros, fueron puestos a cargos de llevar a cargo el proyecto agrícola. Ellos eran expertos en agricultura y habían sido comisionados por la abuela para sembrar el maíz.
Cuando los primos vieron que echábamos un puño de maíz, en un solo hoyo, limitaron nuestra “ayuda” bien intencionada y nos dijeron: “vayan a jugar allí en las piedras… y cuando lo necesitemos le llamamos”.
¡Bueno! No protestamos su decisión, pues a todos nos encantaba encaramarnos en aquellas rocas gigantescas situadas a los pies de unos árboles altos y frondosos de higos.
Al día siguiente salimos desilusionados porque pensamos que íbamos a ver las matas de maíz naciendo, pero al fracasar tres días consecutivos, dejamos pasar una semana y… sorpresa: ahí estaba el hermoso maíz ya nacido. ¡Qué experiencia tan maravillosa, darle seguimiento día por día, semana por semana!
Ver crecer aquellas plantas fue una vivencia inolvidable. Verlas nacer, crecer, ver salir las espigas, ver salir las mazorcas, ver los maíces tiernos, la etapa ideal para hacer le famoso majarete preparado deliciosamente por doña Elena.
La verdad es que comí maíz en todas sus vertientes, hasta el hartazgo. Asado, salcochado, tostado, en gofio o molido, en majarete, etcétera.
Eso sí, que aquella sobredosis de maíz provocó que por mucho tiempo aborreciera el maíz, al cual no podía ver ni en pintura.
Siempre estaba el patio lleno de muchachos, por lo que la diversión para niños era garantizada.
Y después de jugar hasta más no poder, ya mi abuela tenía su disposición: aquí nadie se queda sin comer… es por eso que ella estaba siempre en la cocina, nunca la vi en otro lugar, mientras ella tenía las fuerzas.
Los primeros años del año 1970 corrían vertiginosos, tal como yo corrí a donde mi padre para que me comprara la lata de maíz seco, tal y como me había pedido la abuela materna.
Más duré en decirle que en hacerlo, por lo que en fracciones de segundos, ya las semillas están en la casa. Pronto iba a poner en práctica mis dotes de agricultor.
Aprovechando que estábamos en vacaciones escolares, al día siguiente, maíz en manos, y escoltado por mis hermanitos menores Moreno Y Carlos, arrancamos pal’ Cruce porque la abuela María del Carmen Méndez, cariñosamente doña Nenena, ya había mandado a preparar una gran porción de su extenso patio.
Dos primos mayores que nosotros, fueron puestos a cargos de llevar a cargo el proyecto agrícola. Ellos eran expertos en agricultura y habían sido comisionados por la abuela para sembrar el maíz.
Cuando los primos vieron que echábamos un puño de maíz, en un solo hoyo, limitaron nuestra “ayuda” bien intencionada y nos dijeron: “vayan a jugar allí en las piedras… y cuando lo necesitemos le llamamos”.
¡Bueno! No protestamos su decisión, pues a todos nos encantaba encaramarnos en aquellas rocas gigantescas situadas a los pies de unos árboles altos y frondosos de higos.
Al día siguiente salimos desilusionados porque pensamos que íbamos a ver las matas de maíz naciendo, pero al fracasar tres días consecutivos, dejamos pasar una semana y… sorpresa: ahí estaba el hermoso maíz ya nacido. ¡Qué experiencia tan maravillosa, darle seguimiento día por día, semana por semana!
Ver crecer aquellas plantas fue una vivencia inolvidable. Verlas nacer, crecer, ver salir las espigas, ver salir las mazorcas, ver los maíces tiernos, la etapa ideal para hacer le famoso majarete preparado deliciosamente por doña Elena.
La verdad es que comí maíz en todas sus vertientes, hasta el hartazgo. Asado, salcochado, tostado, en gofio o molido, en majarete, etcétera.
Eso sí, que aquella sobredosis de maíz provocó que por mucho tiempo aborreciera el maíz, al cual no podía ver ni en pintura.
FELICIANO LIRANZO. haina17@yahoo.com
*Foto: Hova Imagen.