POR: FELICIANO LIRANZO
¡No importa la época vivida! Todos alguna vez extrañamos algo de Hondo Valle. Cuando salimos de allí nos llevamos consigo en la maleta de los recuerdos, momentos, hechos y lugares inolvidables.
¡No importa la época vivida! Todos alguna vez extrañamos algo de Hondo Valle. Cuando salimos de allí nos llevamos consigo en la maleta de los recuerdos, momentos, hechos y lugares inolvidables.
Unos lo cuentan, otros lo callan, pero todos en nuestro interior tenemos algo que a veces nos despierta la nostalgia dormida en la cama del tiempo. ¡Veamos algunas!
1.- La brisa agradable que se estrellaba entre los pinos de la casa de Doña Leopoldina y Don César en La Fuente.
Este vistoso patio de los padres de Rafael, Isabelita, Camilo… lo llevo en mis recuerdos. Me transporto en el pasado y puedo percibir el murmullo de los pinares conversando con el viento que se desliza a través de las praderas circundantes.
Allí solía subir con algunos de mis hermanos Moreno y Carlos, y algunos de mis primos, Fernelis, Héctor y Elva Nidia. Esto pasaba porque visitábamos frecuentemente la casa de nuestra tía Luz, y entonces nos poníamos a corretear por toda la vecindad en busca de guayaba o ciruela según la estación.
Aquella casa estaba perfectamente situada en una colina desde donde se podía apreciar la exuberante vegetación del área. Era un deleite para los sentidos observar desde allí las grandes praderas vecinas a la casa. Y el viento fresco y agradable era algo inusual. Podías sentirlo cuando suavemente te acariciaba el rostro. Y uno encantado parecía dejarse llevar por su frescura hasta el punto que había que seguir corriendo con el grupo de muchachos, para no dormirse parado.
1.- La brisa agradable que se estrellaba entre los pinos de la casa de Doña Leopoldina y Don César en La Fuente.
Este vistoso patio de los padres de Rafael, Isabelita, Camilo… lo llevo en mis recuerdos. Me transporto en el pasado y puedo percibir el murmullo de los pinares conversando con el viento que se desliza a través de las praderas circundantes.
Allí solía subir con algunos de mis hermanos Moreno y Carlos, y algunos de mis primos, Fernelis, Héctor y Elva Nidia. Esto pasaba porque visitábamos frecuentemente la casa de nuestra tía Luz, y entonces nos poníamos a corretear por toda la vecindad en busca de guayaba o ciruela según la estación.
Aquella casa estaba perfectamente situada en una colina desde donde se podía apreciar la exuberante vegetación del área. Era un deleite para los sentidos observar desde allí las grandes praderas vecinas a la casa. Y el viento fresco y agradable era algo inusual. Podías sentirlo cuando suavemente te acariciaba el rostro. Y uno encantado parecía dejarse llevar por su frescura hasta el punto que había que seguir corriendo con el grupo de muchachos, para no dormirse parado.
¿Y tú que extrañas? hondovallesur@hotmail.com