sábado, 7 de junio de 2008

ANECDOTAS DEL SUR PROFUNDO

Las cañas de Ramón Oliva

Por Feliciano Liranzo
Ramón Oliva descubrió un día, por qué las matas de cañas que sembraba en el patio de su casa, nunca nacían, nunca crecían.

Era extraño, pues el patio de la casa de doña Oliva, su mamá, estaba bien cercado y por lo tanto los puercos no podían entrar. Solo Morena de vez en cuando entraba al patio, y siempre tenía su comida consigo, frescas hierbas que le traía don Osvaldo Ramírez de la loma.
Por supuesto Morena, era una hermosa mula propiedad del señor Ramírez, el padre de Ramón, que ya era parte de la familia. Este cuadrúpedo lo único que le faltaba era hablar.
Por mi parte yo era vecino de Ramón Oliva y no había ninguna diferencia entre mi casa y su casa. Había mucha confianza de ambas partes, tanto así que si yo comía en su casa no se consideraba que estaba comiendo en casa ajena. Además, cuando yo necesitaba un lápiz o un lapicero, para hacer mis tareas escolares, iba a donde Ramón y lo tomaba prestado, claro se lo devolvía tan pronto terminaba.
Lo que nunca pude devolverle a Ramón eran las cañas que sembraba. ¡Oh sí! Yo con marcada inexperiencia en agricultura, nunca vi la diferencia entre una planta de caña y una caña lista para comer.
En mis adentros me decía ´´wao, este pedazo de caña está bueno, yo me lo voy a comer´´… y entonces procedía a devorar la parte comestible de la planta.
¡Bueno! Un día Ramón me encontró masticando una de las plantas de caña que había sembrado, y ahí mismo descubrió el misterio de la desaparición de su producto agrícola.
¡Eso sí! Inmediatamente fue donde doña Elena, mi mamá, y le dio una contundente advertencia:
´´Mire doña Elena ahí encontré a este Liquiria comiéndose las cañas que yo siembro… si lo vuelvo a encontrar le voy a dar cuatro palos a su muchacho de la mierda´´.
Doña Elena sabía que eso eran cosas de muchachos, y que en un tiempo relativamente corto las cosas se iba a arreglar.
Y así fue. A las pocas horas la hermandad pudo más que cualquier desavenencia y ya en la tarde andábamos Ramón y yo jugando en el patio de su casa y la mía, que juntos formaban una sabana. Eso sí, aprendí que era mejor dejar que las cañas nacieran y se desarrollaran. Y entonces Ramón pudo ver la obra de sus manos, cuando el patio de su casa se llenó de frondosas matas de cañas. Y nunca dejé de comer caña y guineos maduros que traía don Osvaldo de la loma.
Su comentario a hondovallesur@hotmail.com

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