martes, 1 de diciembre de 2009

MEMORIAS DEL EMIGRANTE

Alaridos que llegaban al...
Cielo

Transcurrían los días de la mitad de la década de los años 80 y una mañana de un sábado ayudaba a Enmanuel a repartir telegramas del Correo y Telecomunicaciones de Haina, donde él laboraba.


Era divertido pues teníamos transporte, lo cual era un lujo en ese tiempo: un motorcito rojo Honda 50, ‘con placa oficial y todo’. Así que a trabajar mientras gozábamos.
Uno de los telegramas no tenía muy claro el número de la casa, gracias a una máquina de escribir de los 'años 40s.' y su cinta bien gastada, pero sí sabíamos que era de la calle Manuel De Jesús Galván, y por el apellido podríamos encontrar a la persona que andábamos buscando.
Además, teníamos gran urgencia en entregar el mensaje escrito al destinatario ya que se trataba de alguien que había fallecido en un pueblo del interior del país.
En la calle Galván preguntamos en varias casas pero nadie sabía del apellido en cuestión. De pronto nos sorprendimos al escuchar unos fuertes gritos de dolor qu espantaban al más guapo de los guapos.
Parecían gritos de alguien a quien estaban torturando. Los quejidos se expandían a tres cuadras y era algo espantoso.
Enmanuel y yo nos miramos confundidos, y no sabíamos si reírnos o solidarizarnos con el infeliz, pues ojos que no ven corazón que no sienten.
Por un momento pensamos que habíamos encontrado la casa que estábamos buscando y que la funesta noticia había llegado primero que el telegrama. Descartamos la idea, porque en ese entonces la telefonía en Haina era muy limitada y solo tenían teléfonos locales las casas de los funcionarios del Ingenio Río Haina, situadas en el exclusivo sector de Gringo.
Con la duda, decidimos preguntar por la dirección en la misma casa desde donde provenían los alaridos que llegaban al cielo.
Allí nos recibió un señor muy altruista de unos 59 años de edad. Era exageradamente amable y muy dispuesto a ayudar a la gente. Los gritos habían cesados.
Aquel señor nos explicó con lujos de detalles donde quedaba la casa a la cual iba dirigida el telegrama, el color, el tamaño, la distancia, y hasta cómo eran las personas.
Aquel hombre gentil, con cara descolorida y triste había cambiado su rostro de dolor por unos segundos, para ayudarnos a conseguir al dueño del mensaje. Y hasta vimos una sonrisa en sus labios.
No sabíamos si era la satisfacción de ayudar al prójimo o debido a la pausa de gritar como un loco. La verdad era que el hombre estaba decidido a cooperar con nosotros y parecía como si no quisiera que nos fuéramos. Se leía en sus labios la invitación de ‘entren y siéntanse, vamos a conversar’.
Una vez logrado nuestro objetivo, agradecimos al señor su buen gesto y nos disponíamos a entregar el telegrama. Mientras otro hombre con cara de poco amigo, esperaba que nos fuéramos para continuar con su trabajo.
Era un terapeuta natural que aplicaba terapia al infeliz quien cuatro meses antes había sufrido la rotura de su pierna en un accidente automovilístico, y estaba en el proceso más difícil de la curación: masajes dolorosos para llevar los músculos y huesos a su correcto lugar.
A penas abandonamos la casa y otra vez los alaridos que llegaban al cielo: ¡UUUAAAAAYYY!
Esta vez nos solidarizamos con este humilde caballero que disfrutaba hablar con nosotros, porque era una manera de lograr una pausa en aquellos dolores que le producían los masajes en su pierna adolorida. ¡Qué momento más difícil!
Feliciano Liranzo. hondovallesur@hotmail.com

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